jueves, 13 de agosto de 2020

Hermoso homenaje de la gente de Diario Clarin por los 95 años de Carlitos

Un buceo por su increíble historia de vida. Un siglo de humor blanco, contado por él y por sus fans.


por Marina Zucchi

Funciona como nuestro espejo retrovisor. Un gestito de idea, la pregunta sobre qué gusto tiene la sal y nos devuelve un reino perdido. Carlitos Balá es la bala emocional que atraviesa el pecho argentino. Basta un "sumbudrule" o la palabra Angueto para un formateo, un reinicio que nos lleve a la primera patria, la infancia. Tal vez sea él, a sus 95 años, la única cosa que queda en movimiento de aquel niño que fuimos.  

Más de 34.600 días de vida, más de 30 gobiernos atravesados, cuatro generaciones de fans, un pasaje de la TV blanco y negro a la de color y una curva que va del nacimiento artístico de la radiofonía hasta sus días como estrella involuntaria de Tik Tok hoy. ​"Ver reír a un chico es sagrado", repite y repite el que hizo de lo sagrado su profesión, la forma de llevar el pan a su familia. 

Ahora no puede, porque la pandemia frenó sus planes de quinceañero, pero tenía pensado seguir cuerpeando lo que cuerpeó en silencio por década: visitar hospitales y clínicas con una vacuna infalible, su sonrisa. Lo que pasó en el Sanatorio Anchorena en 2015 y se viralizó fue lo mismo que venía ejecutando una y otra vez sin prensa. Lo contó el propio Jefe de Emergencias, Adolfo Savia: "Apareció de la nada, dijo '¿hola vengo a ver a los pacientes' y se quedó cinco horas recorriendo salas y levantándole el ánimo a los enfermos"'.

Carlos Salim Balaá fundó un lunfardo infantil, un código común de interjecciones (¡Ea-ea-ea pe-pé!) y un mundo más noble que Disneylandia. Instaló en sus niños esa vieja idea de El Principito de que lo esencial es invisible a los ojos. Lo promovió con un perro intangible, con una mascota abstracta a la que todos juramos ver. Lo dice esa daga retro, su canción sin ornamentos: "La vida tiene mil cosas que son hermosas y no se ven".

El señor que vio inaugurar el Obelisco, el que vio el pasaje de la adicción infantil al chupete a la otra, la del celular, tiene más años que la televisión argentina, más que Mirtha Legrand y casi la misma que edad que la radio argentina, que el 27 cumplirá 100. Todavía hace alguna que otra presentación teatral cuando los médicos lo aprueban. Es el artista argentino popular más longevo del país y el que desde hace 30 años juega con la misma idea apenas abre la puerta de su casa: "Todavía sigo en Recoleta, pero del lado de afuera".

Las canas aparecieron hace casi medio siglo, pero el niño Balá nunca escapó de su cuerpo. Lo cuentan sus allegados, lo confirma él. "Me meto a un restaurante con el dedo en la nariz y pregunto: '¿Necesitan cocinero?'". CB no cree en algoritmos, ni máquinas, ni futurismo ligado a los estudios de un CEO. "Pasa el tiempo, habrá más artefactos, pero la parte humana del chico es igual que hace 40 años. ¿Le duele algo? El chico llora. ¿No le gusta? Hace puchero. No me vengan con libritos. Ayer y ahora un nene es un nene".  

Más de un cuarentón/cincuentón todavía llora por el gesto: Balá tiene anotados los cumpleaños de sus Followers más antiguos y los llama para su cumpleaños. "¿Está Eduardito, está Antonito, está fulanito el grandulón? Habla Carlitos Balá. Dígame... meeee".

 

Todo nació en un colectivo

Los primeros shows de Carlitos fueron "sobre ruedas", en el colectivo 39, línea que terminó otorgándole décadas después la condecoración de "Pasajero ilustre" y que ploteó sus unidades para celebrar sus 86 años. A bordo, él "cataba" su humor, probaba chistes, remates, reacciones. El termómetro del bondi le serviría como ensayo para probar suerte en la radio.

De antepasados libaneses y croatas, fue su hermana Norma la que lo impulsó a animarse al teatro y presentarse en un concurso radial. Su primer nombre artístico (fugaz) fue Carlos Valdez, un truco para que su padre no lo reconociera al aire. Más tarde le quitó una "a" a su apellido, para integrar el trío Balá, Marchesini y Locatti.

​"Mi primer día de radio lo recuerdo bien. Yo sabía que temblaba, entonces llevé un almanaque... me sirvió de apoyo para el libreto. Delfor Medina, director de La revista dislocada, por Splendid, me había asignado el personaje de gerente de publicidad de Jabón Federal. Un personaje nervioso. Yo me hacía el que me trababa, Señoris, señores, señoras, tengan ustedes buenas tirdas, terdes, tardes'", recordaba hace un tiempo en entrevista otorgada a Clarín. "En el saclo, seclo, ciclo que se inicia, con libreto de Aldo Cacá, Cacá, Cammarota'. 'Pobre tipo', pensaban. Cuando los autores se rieron, se dieron cuenta de que estaba haciendo un buen personaje".  


"Papá era carnicero, yo jugaba forrando los cajones de madera y hacía un teatrito. Un día me encontré una máquina vieja de proyección en un tacho de basura. Era para mí la lámpara de Aladino. ¿Y esto? Para mí era un tesoro. Le puse kerosene de la máquina de coser de mi abuela y lo hice andar. Ese fue mi acercamiento al cine, siempre supe que iba a ser actor, pero mi gran desafío fue vencer la timidez".

Balamicina, El soldado Balá, El flequillo de Balá, El clan de Balá, Balabasadas... Desde los sesenta brilló en diversos ciclos de TV. En esa década comenzó también su peregrinaje por el cine, que arrancó con Canuto Cañete, conscripto del siete (1963) y se extendió hasta 1988 en Tres alegres fugitivos, con Juan Carlos Altavista y Tristán. (Luego hizo un cameo en Soledad y Larguirucho, en 2012).

En 1979, ya con más de 50 años, fue contratado para protagonizar El show de Carlitos Balá, en ATC. Así nació un hito, el Chupetómetro. Balá enseñó con ese depósito de chupetes a abrir y cerrar etapas, a traspasar duelos. Su consejo odontológico ayudó a la boca de cientos de argentinos que entregaron su primera gran ofrenda.

 

Chupetes prohibidos, dentistas contentos

Ortodoncistas agradecidos de por vida con Carlitos Balá.​ Su campaña para que los niños dejaran el chupete tenía algo más profundo que una razón dental. El conductor les enseñaba a desprenderse, a elaborar los primeros adioses, a dejar ir y seguir. Así lo interpretaban los psicólogos, que celebraban esos enormes receptáculos de chupetes que reinaban en ATC.


Hay un dato que no puede develar ningún acérrimo balense, ni su familia, ni el propio Carlitos: cuántas toneladas de chupetes coleccionó. En los ochenta llenó Obeliscos transparentes, pero nadie se puso a contarlos. "Fueron a parar a la basura. Porque se pudrían las tetinas", explica el señor del chupetómetro. "Una lástima. De haberlos contado, hubiéramos entrado en el libro Guinness. Dos millones. Vaya uno a saber".

En 2010 Julián Weich intentó reeditar el Chupetómetro, con permiso de Carlitos, claro. En justo a tiempo, su ciclo de Telefe, el conductor reinauguró la sección, en presencia de Balá. A más de 40 años, Carlitos repite una máxima sabia: "Hoy mi sucesor no debería luchar por sacarles a los chicos el chupete y sí el celular".


Historias de fans famosos

​Martín Bossi fue uno de los que abandonó el chupete por obra del Jerry Lewis argentino y quien cerró un increíble círculo, de fan a impulsor de un homenaje. "La imagen más joven que tengo de él fue a mis seis años. Veraneábamos en Mar del Plata, Carlitos salía del Hermitage, o de un teatro, y mi papá me tenía sobre sus hombros. Le toqué el pelo. No me olvido más la textura del pelo de Carlitos, lacio, cierta electricidad. Me quedé mirándolo y se lo llevaron en un auto. Después entendí que ese al que toqué era real, el mismo al que miraba en la tele", narra encendido el hombre de los mil personajes.


"En 2011 me llamó su mujer y me dijo que Carlitos me admiraba. Tuve el gusto de conocerlo. Fue como unir al chico de seis años y al de 40, ya sin mi papá. Pude merendar con él, contarle lo que me inspiraba. En el teatro le hice un homenaje. Solo escuchar el 'aquí llegó Balá' me lleva a un lugar muy puro, de un mundo que ya no es. Está a la altura de Jim Carrey y Jerry Lewis, sin exagerar. Es un ángel que deja por donde anda algo muy puro".

Para Diego Pérez, fue amor a primera vista. O a segunda, porque ya lo había visto en televisión y quedó petrificado cuando lo tuvo frente a su nariz, "en carne y hueso". 


"De chico fui al circo suyo, en San Martín, en la carpa de 25 de Mayo y Pedriel. Me saqué fotos con la cámara Kodak, imágenes que se perdieron. Pude devolverle algo de todo eso que me dio, organizar su cumpleaños 93 en la pizzería Imperio, que tiene su monumento, el único monumento de un comediante vivo", cuenta con la voz temblorosa. "Fuimos todos los muchachos de VideoMatch. No faltó ni uno. José María Listorti, Freddy Villarreal, Campi, Carna, y tantos más. Le prometí a Carlitos que cuando pase la pandemia voy a organizar su fiesta de 95".

Lo que le pasa a Pérez cuando ve a Balá es lo que le ocurre a medio país: mirarse en el reflejo de la infancia, traer al presente todo ese mundo que parece sepultado pero aflora con "fabulósico", "un kilo y dos pancitos" y "zazaza".


Otro que pudo mostrar su gratitud al "influencer" de los setenta y ochenta fue Jey Mammon, el bajito que solía verlo como a una divinidad cada verano en la Bristol de Mar del Plata. Una foto documenta el primer gran encuentro: un día la familia de Jey se animó a pedir inmortalizar el segundo y ahí está el pequeño de tres años, abrazado por su padre Roque, y observando al ídolo, que tiene en su regazo a María Ana Rago, la hermana mayor de Jey.

Los hermanos Rago eran seguidores acérrimos del hombre del flequillo. Tenían sus discos, sus casetes y eran socios de ATC. Con credencial en mano, Jey y María Ana recuerdan una enorme fila en la terraza del canal para hacer su ingreso al paraíso, el ciclo infantil que conducía Carlos en los '80.

Balá era para Mammon la medida de tiempo de cada travesía desde la Ciudad de Buenos Aires a "La Feliz". "¿Cuánto dura el viaje, mamá?". La didáctica de la madre calmaba a los niños: "Dura cuatro o cinco programas de Carlitos". En noviembre de 2017 Jey lo homenajeó en el Bailando (ShowMatch). 


Panam es el otro ejemplo de fan acérrima y de vueltas de vida. De niña lo miraba obnubilada, de adulta lo convocó para trabajar en sus espectáculos. La invitación cumplió doble misión: renovar el público bajito de Carlitos, una platea de "nuevos consumidores" de Balá impulsados por "antigua clientela" de padres y abuelos. 

 

Persiguiendo a Carlitos durante 50 años

Rubén Carreras es el ignoto que mejor puede hablarnos de quién es Balá y de la fidelidad con su público. Oriundo de Cañada de Gómez, músico, mantuvo su lealtad y su pleitesía por Carlos más que por cualquier rockstar. En su casa de Santa Fe duerme la colección más grande de material audiovisual referido al hombre del flequillo. Un pequeño museo que se transformó en libro publicado.


Carlitos Balá y su fan número 1, Rubén Carrera.

"Todo arrancó en los sesenta con mi madre, fanática de sus programas de televisión. Mis primeros recuerdos son de BalabasadasMe veo en la infancia recortando cuanta foto saliera de Carlitos, pegando y armando un bibliorato. Mi tarea era ir al kiosco de revistas y chequear en todas las publicaciones que había salido", cuenta el señor de 54 años. "El primer tocadiscos que me regaló mi viejo fue con el disco de Balá. La primera vez que pude hablarle fue en 1981, cuando llegó en gira a Rosario y pude ir a la firma de autógrafos a una disquería. Casi me desmayo. Allí empezó esta increíble amistad", narra.

Después de una fila de dos cuadras, Rubén se puso frente al ídolo y le pidió firmar su colección de recortes. Balá quedó pasmado, nadie había hecho semejante trabajo de búsqueda y recolección, e invitó a la familia a la función teatral. "Aquel día nos puso a mi hermano y a mí en primera fila, nos nombró en el escenario, nos recibió en el camarín, nos dio el número de teléfono fijo y nos empezó a llamar para los cumpleaños. Así empecé a visitarlo en Buenos Aires y se volvió parte de mi familia. En 2009 armé su Facebook oficial, que lo acercó al público. Hablo con su hija o esposa cada dos días. No puedo creer que me haya brindado así su amistad. Un domingo me llevó a conocer su casa natal de Chacarita, un conventillo, y lo que fue la carnicería de su papá".

 

Un amor de siete décadas

Martha Venturiello es la persona que más lo conoce, con quien comparte la vida desde hace siete décadas. Ella vivía en San Juan y Boedo. Él, en Chacarita. Se conocieron en un casamiento. “Él iba con un amigo, yo con una amiga, pero al principio no lo tomé en serio porque se hacía el payaso”, explica. En la primera salida, ella pensó que no volvería a verlo.


"Ni bien subimos al colectivo jugaba a ser vendedor de lapiceras y dije ‘nunca más'. Con el tiempo lo fui conociendo y entendí quién era. A través de la risa quiere entregarle algo a los demás'".

Carlos habla de "destino y suerte". Cuenta que aceptó acompañar a un amigo que debía cantar el Ave María y la vio. "Yo no tenía interés en ella al principio, pero el otro muchacho enloqueció con la amiga. Lo que es la vida: le hice pata al otro y terminé siendo recompensado. Supe que éramos el uno para el otro cuando logré hacerla reír. El humor me ayudó a conquistar a la mujer de mi vida".


La pareja tuvo dos hijos, Martín y Laura. Hoy en redes sociales es la nieta de Balá Laura Gelfi la que sobresale por las recetas que comparte en la cuenta @lauritacooks. La muchachita de 25 años estudió Gastronomía y esconde un dato pintoresco: como buena heredera del fundador del Chupetómetro, jamás usó chupete.


Personalidad Destacada de la Cultura de la Ciudad desde 2009, Balá fue causante de uno de los momentos más emotivos de la historia de los Martín Fierro, en 2011, cuando le entregaron el premio a la trayectoria: diez minutos sin egos, ni distracciones, todos hipnotizados de cara al escenario, todas las lágrimas farandulescas juntas, cerrando cualquier grieta.


Carlitos tiene el cuerpo cansado. Pero el reposo del guerrero se ve interrumpido por homenajes incesantes, por ofertas laborales como la publicidad que hoy lo tiene oficiando de rey de las comunicaciones virtuales. Los gurúes lo buscan por "imagen blanca", imbatible a la hora de la confianza y la transmisión de valores. Saben que cuando ese ser aparece, venden lo que sea porque nos interpela, nos reencuentra.

Desde hace años su foto no cambia. "Es que soy viejo desde hace mucho", ironiza. Parece haber hecho un pacto con millones de argentinos. Nos dijo que era natural crecer, pero que no es bueno olvidarse de ser niño. Cada vez que reaparece y lo vemos, no lo vemos. Nos estamos acordando de quiénes fuimos.

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